miércoles, 17 de febrero de 2010

UN NIÑO SIN PALABRA. Psicoanálisis en Atención Primaria de la Salud

MARA LIZ SERRA / EDUARDO SANTIAGO SULLIVAN


INTRODUCCIÓN


Nos mueve el deseo de compartir con ustedes nuestra experiencia en la práctica clínica de niños pequeños. La misma se realiza en el contexto de la Atención Primaria de la Salud en un Sub. Centro de Salud Municipal, radicado en una zona suburbana de la ciudad de Mar del Plata. Nuestra intención es acercar algunas reflexiones sobre la posible intervención de un equipo de salud mental, en este caso integrado por una T.O y dos psicólogos, como consecuencia de la detección precoz de dificultades del desarrollo de niños entre 1 y 5 años.

Haremos referencia a un caso clínico de un paciente del servicio, el cual se encuentra actualmente en tratamiento, tomando como eje conceptual los desarrollos teóricos sobre la estructuración del psiquismo infantil y lo que la clínica psicoanalítica nos enseña, como decía Freud en su carácter soberano, a través de nuestros pacientes.

DESARROLLO

Se trata de un pequeño que en la actualidad cuenta con 4 años. Llega a la consulta a partir de un control de salud en la sala, que se realiza en Terapia Ocupacional. Para ese entonces, teniendo nueve meses de vida, no aparece nada significativo en la conducta del bebé, sin embargo la Terapista Ocupacional registra en la Historia Clínica: “actitud temerosa de la mamá referente a los desplazamientos del niño”. Es en el control de los quince meses cuando emergen los primeros indicios de dificultades. Ante una prueba en la que tiene que invertir una botella plástica para extraer de ella una bolita, la botella se sacude, oscila sobre la mesa y A se funde con el objeto, quedando su mirada capturada por el movimiento el que reproduce con su cuerpo. A partir de esto, la mamá comenta algunas estereotipias que el niño presenta en lo cotidiano: abrir y cerrar repetidamente una ventana, estar pendiente de algunos ruidos, etc...Ella pregunta: es una especie de autismo? Se lo cita para ser evaluado conjuntamente con psicología.

La infancia no supone una etapa cronológica de la vida. Para que ella exista es necesario una posición particular del Otro donde el “espacio lúdico se instale”. Supone que el “de jugando” como lugar de la constitución de la niñez, opere. Es un espacio que no está ni adentro ni afuera pero como tal, permite que los procesos de construcción psíquica se realicen. Estos momentos podrían operacionalizarse en dos tiempos: el de alineación y el de separación. En el primero se construyen las coordenadas para que el infant se haga de un cuerpo pulsional y de un yo.

La consecuencia cuando esto no se produce es la falla en la constitución de la imagen del cuerpo (a través de la relación especular con el otro) y en la constitución del yo. Esto correspondería al fracaso del tiempo de la “alienación” en la constitución del sujeto dejándolo sin imagen del cuerpo, haciendo problemática su vivencia de unidad. Esta ausencia de imagen del cuerpo tendrá al menos otra consecuencia: bloqueará la posibilidad de la construcción de un no yo, la posibilidad de libidinizar los objetos y por lo tanto de relacionarse con ellos.

La presencia-ausencia materna y la modalidad en que ella se presente, va a ser el eje de esta operación básica del ingreso en lo simbólico. “Prematuro como es el cachorro humano requiere la presencia real de un agente que lo reciba en un espacio virtual (el lugar de su falta), espacio en el cual ese infant se espeja (se imaginariza). Este espacio se cava en el agente materno en la medida en que existe en él una referencia a lo simbólico. Para ser más precisos, es necesario que ese agente esté capturado por la castración simbólica, inscripto metafóricamente en el Nombre del Padre. Solo así el hijo es objeto de deseo; y solo así entonces, la madre inscribe en su cuerpo las marcas de lo simbólico” Lacan lo dirá de la siguiente manera: “sólo en este caso lo que ella buscará en el niño no será una satisfacción al nivel de una erogeneidad corporal, [...] sino una relación que, constituyéndola como madre la reconozca a la vez como mujer de un padre.” A partir de este eje de presencia-ausencia materna, será ella misma, en tanto pueda sustraerse, ausentarse, la que permita la operación de la metáfora paterna, es decir que el niño no sea todo para ella y que le permita a su vez dirigir la mirada mas allá de él, por ejemplo al padre.

Volviendo al caso, podemos suponer ciertas fallas en la estructuración psíquica del niño, sustentado además en la pregunta que porta su madre. Nuestra primera hipótesis clínica es que existe una detención en el desarrollo, y por ello las acciones irán orientadas a interrogar las causas de la misma, apostando a que la detección precoz permita abrir un campo de intervenciones posibles.

Iniciamos las consultas con el niño la psicóloga y la terapista ocupacional (en presencia de la madre dado que el pequeño no ingresaba solo al consultorio), desarrollándose esta estrategia durante los primeros seis meses. En este período observamos que A se mantenía en silencio durante los encuentros, sólo emitía sonidos para llorisquear, o quejarse. Su exploración de los juguetes era silenciosa, no aparecía siquiera un silabeo. En una ocasión frente a sonidos de la calle dijo:

“MOTO, PAPA”. La madre que habla todo por el niño, nos explica que el padre viene en moto del trabajo y que A lo nombra al llegar. Refiere en esa ocasión que le llama la atención que aprende palabras pero que después las olvida (ejemplo gracias, dame). Advertimos que las adquisiciones o pautas de desarrollo aparecían pero lábiles, como si fuera un bosquejo de lo esperable. Por ejemplo, su respuesta ante el espejo no era de indiferencia, pero tampoco de júbilo: se miraba sonreía y se entregaba a otra actividad. En relación a los juguetes se aproximaba, los sacaba de la caja los manipulaba pero no había actividad lúdica. Se sumaba a escenas de juego que se le proponían: dar de comer a la muñeca, servir un té, pero lejos de constituir juego, se trataba de actividades que están del lado de la imitación, desplegaba una estereotipia con algunos juguetes, por ejemplo tapar y destapar la pava; en una ocasión se asustó cuando jugamos a que un pajarito piaba, se sorprendió y fue necesario explicarle que se trataba de un juego.

Durante estos tiempos del trabajo con el niño observamos, que el sentido unívoco otorgado por la madre a las manifestaciones de A, hacia imposible que él se iniciara en la palabra. Como dice Jerusalinki “lo que permite la ruptura de la continuidad entre la madre y el hijo es la intromisión de un discurso, que operando en la madre la castración simbólica, obliga a ambos a hacer referencia a un tercero”.

Durante las entrevistas mantenidas con la madre de A surgen elementos que fueron aportando datos sobre esta particular manera de relación: se trata de una mujer de 39 años que hace cinco formó pareja con el padre de A. Tiene una hija de 17 años de “su primer amor”, con quien sostuvo una relación hasta que la niña tenía 4 años, y a quien sólo olvidó cuando conoció al padre de A. Hasta ese momento vivía con su hija y su padre, en la casa paterna. Trabajaba en un instituto de repostería dando clases de decoración. Al poco tiempo de conocer al padre de A comienzan a convivir incorporándose éste al grupo familiar. Lo que rápidamente llama la atención en su discurso es que la llegada de la pareja a su vida constituyó un acontecimiento, es decir marcó un antes y un después.

Deja de trabajar poco antes de que nazca A y la situación económica se deteriora rápida y severamente, llegando al punto de faltar en ocasiones el alimento. Ella lo graficará con un “yo vivía de otro modo”. Relata una “crisis de pareja” que se inicia prácticamente en el nacimiento del niño y se sostiene, con episodios de violencia por parte del padre de A, pasando del amor sublime al odio incontenible, con conductas autoagresivas acusando luego: “mirá lo que me hiciste hacer”. Dirá Lacan que lo que el sádico busca es provocar la angustia en el otro para confirmar su amor. Suspendida en la inagotable tarea de responder esta demanda, dando su amor en grandes dosis de angustia, entrampada en la pregunta “¿qué le pasa?”, “¿cómo puede ser de un modo y enseguida de otro?”, la madre de A perdió el hilo de Ariadna en el laberinto de su propio deseo, congelando su vida en esta pregunta y suturando su angustia en un niño que no llega al estatuto de falo imaginario por ser velo del dolor. A venía a coagular la angustia materna siendo justamente por eso la dirección de la cura un esfuerzo por abrir una brecha que permita a la madre poner a jugar su deseo y al niño constituirse como tal, apuntando a instaurar algo de esta separación necesaria.

Luego de unos meses de este abordaje y ante la postura infranqueable de ambos al dispositivo, resolvimos que la madre de A tendría su psicoterapia con la psicóloga, mientras A continuaría con sesiones de terapia ocupacional incluyendo otro profesional psicólogo en los encuentros. Este es el dispositivo que se sostiene hasta la fecha.

En esta etapa del trabajo el niño responde al llamado cuando se lo nombra, dirigiendo la mirada pero siendo notable la ausencia de palabras o apareciendo muy escasamente, en cambio son frecuentes las ecolalias o murmullos, a partir de las intervenciones de la madre que no soporta “que no entendamos lo que A dice”. Asumimos que hay una intencionalidad de comunicar con estos gestos, por ejemplo cuando quiere un objeto ubicado lejos de su alcance, pero estas situaciones aparecen escasamente. La madre se muestra con una actitud explicativa, no pudiendo aceptar el sin sentido de lo que allí sucede. Habla todo el tiempo, irrumpiendo en el espacio de la sesión, suponiendo conductas o actitudes del niño y justificándolas de muy diversas maneras. Intervenimos intentando construir escenas de juego, a lo que responde con labilidad exigiendo mucho de los terapeutas para sostener un espacio diferenciado entre él y la madre. Los juegos de tirar objetos o hacer ruido suelen presentar aceptación y esboza sonrisas y disfrute. No así con juguetes más figurativos. En general, todo lo remite a ella y en ocasiones hace berrinches, como querer retirarse de sesión inmotivadamente a lo que la madre responde, sin poder poner límites ni frustrarlo. Durante mucho tiempo compartió la cama marital, situación que fue muy difícil de modificar por los adultos y que en teoría ahora no estaría ocurriendo. En ocasiones logramos que A ingresara solo al consultorio, pero se angustiaba al notar la ausencia de la madre no aceptando estas pautas a la sesión siguiente.

La monotonía en estas dificultades se extendió durante largos meses de trabajo y en ocasiones el desaliento nos embargaba por no percibir cambios en A, ni en su madre. Durante el desarrollo del tratamiento fue necesario comunicarle que la situación de A era de gravedad y que estaba seriamente comprometida su socialización y la posibilidad de que adquiriera la palabra. Nuestras indicaciones para que se instaure algún tipo de diferencia entre A y su madre eran acompañadas por comentarios de ella donde explicaba que le estaba enseñando las letras y los números afanándose en “reeducarlo”, al tiempo que advertíamos que ante la angustia materna el pequeño oficiaba de tapón y lo arrojaba aun mas hacia el cuerpo de la madre. En ocasiones se le sugirió incluirlo en alguna institución escolar para propiciar esta separación, haciendo de suplencia a la ausencia de corte, opción que la madre no podía enfrentar por diversas situaciones, pero que indudablemente tenían que ver con las particularidades de la posición del niño frente a ella. “cuando me angustio, me aferro a A y el me dice: no llora, mamá, no llora… y yo pienso que si no lo tuviera a él qué haría yo”.

Luego de dos años de trabajo A comienza la concurrencia al Jardín de Infantes tan esperado, tanto por la madre como por nosotros. Durante las semanas de adaptación la madre venía a comunicarnos, que la señorita le decía que se fuera a otro espacio y que ella lo espiaba por detrás de la puerta, que aprovechaba para entrar al aula por si necesitaba algo. Este fue el comienzo de una nueva etapa para A. En una de las tantas sesiones en que repetíamos la misma invitación a entrar solo a jugar, observamos que la madre se despide de él y le dice que lo vendrá a buscar mas tarde. Ante la sorpresa de todos ingresa solo y desde ese momento, nunca mas pedirá que la madre entre con él. Como una semilla a punto de expandir su simiente, A fecunda el espacio de sesión con el “de jugando”, poco a poco, se articulan palabras, aparecen las primeras demandas “¿me lo das?”, acepta ponerse un títere en la mano para hacerle la comidita al patito, hechos que en otro momento solían aterrorizarlo. Se mira en el espejo y recibe el halago ¡qué lindo nene! y responde con una sonrisa, o sube muchos soldaditos a un tractor y con voz impostada enuncia: “te voy a llevar a pasear”.

Por su parte, la madre retomó algunas actividades laborales. En su discurso se escuchan anhelos que van más allá de su hijo y de su pareja, habla de proyectos y logros, dice al pasar “mi marido con sus rayes como siempre, pero no me engancho”. Algo de un corte simbólico operó también allí dando lugar a que la vida transite, a que un matiz aparezca, ya no repite entrevista a entrevista un goce imposible de acotar.

El espacio institucional abrió la posibilidad de que fuera entregado a otros, y desencadenara la salida del goce incestuoso con la madre. El tratamiento permitió que eso se produjera y que la madre pudiera mirar para otro lado más que al niño, valiéndose como mujer para afrontar su angustia y desplegar la posibilidad de hallar un deseo que vaya más allá de él.

CONCLUSIONES

A modo de conclusión queríamos expresar la apuesta que como analistas renovamos cada día por la clínica psicoanalítica con niños. Estamos convencidos que este es un espacio de intervenciones posibles en el ámbito de la atención primaria de la salud donde la escucha analítica puede aportar sus particularidades. Consideramos que la detección precoz de trastornos del desarrollo en un psiquismo en construcción, abre la perspectiva de interrogar sobre los discursos de la familia, de la medicina o de la escuela y con ello la posibilidad de intervenir desde la no cristalización en un diagnóstico. El caso comentado en este trabajo puede ser un exponente paradigmático en donde una respuesta enunciada ante la pregunta materna (¿se trata de una especie de autismo?) no hubiera permitido la interrogación sobre ese discurso y el efecto habría sido el estancamiento en ese lugar asignado.

El niño del psicoanálisis está conformado por los discursos de todo aquello que lo rodea, el de sus padres, la escuela, el juez, etc. El analista será el encargado de escuchar y permitir que esos discursos se desplieguen, bajo premisa de la ley fundamental de la asociación libre, cargando sobre sí la posibilidad de ofrecerse como objeto para usar. Herramienta que nos permite, causar un deseo y con ello, la posibilidad de guiar una cura.

A se va tomado de la mano de su madre, se da vuelta y nos dice: “¡chau!”

Todos sabemos que ese, no es el mismo niño de antes.

BIBLIOGRAFÍA

BRAUNSTEIN, N: “Freudiano y Lacaniano”. Editorial Manantial. 1994

JERUSALINSKI, A: “Psicoanálisis del autismo” Editorial Nueva Visión.1997

MANNONI, M: “De un imposible al Otro”. Biblioteca Freudiana. Paidos. 1985

MATHELIN, C: “Clínica Psicoanalítica con niños. Uvas Verdes y Dentera”. Nueva Visión. 1995.

LACAN, J : Seminarios 9 y 10. Edición electrónica.

Acerca del valor terapéutico de trabajar con padres en el psicoanálisis con niños por Claudio O. Steckler


www.elsigma.com/site/detalle.asp?IdContenido=6662

El lugar de los padres[1] con relación al tratamiento parece no ser patrimonio de la práctica con niños, sin embargo, en otras ocasiones, donde se trata de personas con cuadros graves, que comprometen su autonomía, se presenta la ineludible necesidad de dar cabida, en el contexto del tratamiento, a algunos “otros significativos” en la vida del sujeto.

Se me ocurren direcciones posibles de reflexión. Una de ellas, sería interrogarse por el lugar que le compete a estos “ otros”, en el sentido del espacio que le asignamos cuando... o bien los convocamos(seria el para qué ?)... o bien cuando son ellos los que piden venir, si los dejamos pasar entonces: para qué ?. Digo, porque hay un lugar que el analista produce en el acto de abrir la puerta para que aquellos otros entren; entiéndase que me refiero al carácter simbólico de “abrir la puerta” y a todas las derivaciones asociativas que de allí puedan surgir pero también a su carácter real: dar una hora, escuchar, intervenir, hablar, dialogar con estos “otros”.

Me interesa destacar cierta cuestión sobre estos diálogos, no tanto por el lugar que ocupan, más sí por su condición, su esencia, su particularidad. En una dirección que me lleva más con relación al cómo[2], en función de las condiciones que dan lugar a la emergencia de la presencia de estos “otros” en la situación y al tratamiento que reciben por parte de quien dirige la cura.

¿ Cómo hacemos con “eso” ?.

Los niños no vienen solos y no siempre es un pan lo que traen debajo del brazo, más precisamente de sus manos son traídos por sus padres, aunque a veces las cosas suenan al revés y uno concluye preguntándose: quién trae a quién?. Frecuentemente nos encontramos con situaciones que nos hacen vacilar, solemos tener que tomar decisiones e intervenir extendiendo nuestro campo de trabajo incluso “por fuera” del consultorio; lo que nos confronta con demandas de las más diversas, lo cual obliga a ubicar algunos parámetros con claridad que nos ordenen desde el principio. Una de las posibilidades - tal vez la más usada - nos pone en pista con dos problemáticas fundamentales: síntoma y demanda. La pregunta por el sujeto en relación bien puede orientarnos en un primer esbozo por ubicar las cosas. Pero el asunto allí no termina, pues, frecuentemente - y cada vez más - el tiempo no nos acompaña. Ubicar en el contexto del relato quien demanda o más aún formalizar ó constituir un síntoma, lleva no sólo trabajo analítico sino fundamentalmente TIEMPO.

Ana M. Sigal de Rosemberg ( 1995 )[3] nos ayuda a recordar que frecuentemente los niños no sólo producen síntomas en lugares insoportables para sus padres sino que además suelen ser dirigidos hacia ellos. Los hijos actualizan en sus síntomas conflictos reprimidos de sus padres; pero la dinámica del síntoma “resuelve” el conflicto que subyace entre el deseo inconciente y lo insoportable que le resulta al yo su realización. Ahora bien, en el niño esta realización del deseo inconciente este bloqueada por un Yo que intenta satisfacer el deseo de los padres. Frente a la amenaza de la pérdida de amor, el niño reprime el deseo, para satisfacer al Otro. Todo se complejiza en la perspectiva de una superposición entre la subjetividad del niño y la de sus padres, a lo que se suma que como analistas de niños somos testigos de un aparato psíquico en formación, de niños en desarrollo y en crecimiento, lo que agrega un nuevo color a lo problemático de nuestro campo.

Cuando acepté atender a Maxi ,el motivo de consulta no encajaba muy bien con su edad cronológica, ¿ hacerse caca a los cuatro años alcanzaba para proponerle un tratamiento ?; mantuve la pregunta en suspenso y decidí atenderlo luego de un par de entrevistas con sus padres.Toda la escena familiar estaba literalmente tomada por las actividades comerciales de sus padres[4] a lo que se sumaba una relación con el niño basada en un tratamiento rígido y estereotipado que impedía toda experiencia posible. Su calendario semanal predeterminado con actividades diarias extraescolares[5] no dejaba márgen a lo inesperado. Todo parecía calculado.

Un tratamiento anterior ( a los tres años ) había considerado entrevistas con padres de manera sistemática y pautadas, en su frecuencia, de antemano. Aquella situación había terminado de forma caótica, “todos peleados con todos”. Cómo me parecía (no sería difícil de imaginar) , esta gente: hablaba mucho y escuchaba poco.

Decidí entonces hacerle lugar al niño y les dije a sus padres que cuando los necesitase los iba a convocar. Maxi estableció rápidamente una transferencia al trabajo y entendió de que se trataba, los encuentros fueron transcurriendo en un movimiento que podría situarse de la inhibición a jugar al jugar espontáneo. La producción lúdica tomó distintos matices, donde haciendo uso de su esencia niño (digo: esencia lúdica) fue haciendo suya una historia que era de “otros” y en la que no había tenido demasiado lugar.

Resultó que un día llegó a mi casilla de correos, un email donde el padre algo eufórico, me contaba, que habían ido a pescar y en el medio del río a Maxi le habían dado ganas de hacer caca y que, no sólo no se había hecho encima sino que había pedido una bolsita para depositar su caca en ella y al regresar a tierra firme tirarla al inodoro.

Confieso que por mi parte lo que más me sorprendió no fue la cuestión de la bolsita y el contenido, sino más precisamente que era la primera vez que Maxi con su padre compartían alguna experiencia lúdica juntos. La modalidad de funcionamiento familiar y la forma en la que estaban implicados les impedía ver allí a un niño, en su lugar, mas bien, veían a un adulto en miniatura al que sometían a un ritmo cuyo costo Maxi no soportaba.

Lo demás, digo la relación de Maxi con su caca, llegó casi por añadidura cuando en el medio de una sesión, pidió permiso para ir al baño para que después de un ratito llamase al padre en el medio de una carcajada diciéndo:

“Vení papá, mirá el pescado que hice !!!!!!”.

Entonces : ¿ qué fue lo que allí operó ?, ¿ cómo operó ese análisis ?.

La primera consideración consiste en decir que el significante comenzó a adquirir una movilidad nueva, un desplazamiento necesario para que caca fuese algo más que caca y circule; significante que aparecía enquistado, en el contexto del discurso familiar Ahora caca podía ser pescado, y el pescado podía ser caca, lo que producía la apertura de todo un campo de trabajo lúdico que en el análisis de Maxi enriquecía notablemente las posibilidades de intervención ( en este sentido casi superpondría intervención a juego, la caca pasaba a ser algo con lo que se podía jugar ).

Pensando luego ( como por lo gral. hacemos los analistas pensamos luego....) me resultó considerable que la manera no rígida en como se establecieron las entrevistas con padres hicieron lo suyo; en esta dirección quedó claro desde el principio que no quedaron ni afuera ( excluídos ) ni adentro ( confundidos ); ellos mas bien quedaron cerca, digamos a mano, dispuestos potencialmente para poder ser “usados”; casi casi en el lugar justo, tanto como para que Maxi lo llame y el padre pueda escucharlo sin que yo intervenga; la escena era de ellos; solo me tocaba esperar en el consultorio, porque su sesión no había terminado.

Ahora bien: para qué hablar con los padres?. Ubiquemos con claridad una idea recurrente y casi obvia : nos encontramos para hablar del niño; pero...está prohibido hablar de otra cosa ?; cómo ubicar que eso que traen es de ellos y no hace al niño?. Propongo en esta dirección sostener una pregunta :

Qué niño ?. Podríamos agregar: qué niño en juego.....?

La práctica con niños - más que ninguna - hace lugar a una modalidad de presentación que se constituye como consulta; en la medida que no siempre que un niño llega al consultorio lo hace buscando tratamiento. Winnicott ( 1965 )ha sido un autor que ha introducido este dispositivo[6] y que hoy nos resulta de gran utilidad para pensar ese otro rango de la clínica que no cae dentro de lo que sería un psicoanálisis. Una consulta puede resultar terapéutica pero que le confiere su valor como tal ...?.

En el Valor de la consulta terapéutica[7] ( texto al que me refería hace un instante ) Winnicott comienza no solo hablándonos de su interés creciente por el máximo aprovechamiento de las primeras entrevistas sino advirtiéndonos que lo que desarrollará en el texto no es psicoanálisis. Ahora bien, que ocurre cuando un psicoanalista trabaja en circunstancias donde no se encuentra conduciendo un análisis y ni siquiera existen las posibilidades de proponerlo ?.Después de casi un año de conocerlo la mamá de Tomás me contó:

El estaba mirando el noticiero y contaban de esos padres que les pegan a sus hijos y me dijo: Vés mamá eso me pasaba a mí; cuando papá venía loco del trabajo me fajaba entonces yo iba al jardín y le pegaba a todo el mundo y rompía todo; pero ahora papá no me pega más y yo me tranquilicé no pegué más “.

Se trata de un Psicoanalista en la escuela; más precisamente en un Jardín de Infantes del Conurbano Bonaerense, en el que intervine formando parte de un Equipo Orientador Escolar [8]. En este caso, nos habían convocado pidiendo “orientación” sobre la adaptación de un niño que se volvía insostenible debido a un altísimo monto de impulsividad y agresividad que le impedía incluirse en un grupo y establecer alguna modalidad de lazo social posible con sus pares.

Nuestras posibilidades de intervención consistían en un puñado de espaciadas entrevistas a las que dimos cauce y en las que participaba siempre y por propia iniciativa el padre. Desolado y con pocos recursos materiales a los que apelar, nos hablaba de una cotidianeidad donde la pobreza solía poner en riesgo la satisfacción de las necesidades más básicas.

En cada encuentro, más allá de ciertas orientaciones puntuales - en dirección a iniciar un proceso diagnóstico [9]- comenzó a desplegar las constantes cargadas de las que era objeto en su lugar de trabajo. Cada vez que lo citábamos, empezábamos por el hijo y terminaba hablándonos de eso.

Winnicott señala que el principio fundamental de la entrevista terapéutica consiste en brindar un encuadre humano[10] , lo que acompaña de la necesidad de no deformar el devenir de los sucesos llevado por la angustia ó por la propia necesidad de tener éxito ( del analista ). Podríamos abrir un par de capítulos trabajando sobre esta idea pero empecemos por decir que brindar un encuadre humano más que un hecho es una posibilidad latente en el trabajo del analista y que su intervención bien puede impedirlo ó desviarlo. Digo: algo propio de su tarea consiste en crear un encuadre humano. Potencia y posibilidad que espera un depliegue - el paciente, su ilusión – y que no siempre se produce.

Se trata de esa zona a construir donde un psicoanalista dirige la entrevista ( como nos advierte el autor en un comienzo : como consecuencia de su análisis personal y del manejo de la “técnica clásica” ) conduciendo con su presencia, escuchando, mirando, pero también... hablando. Es decir, con lo que dice, con eso que dice y en como lo dice. Por el solo hecho que él es también humano.

En la entrevista terapéutica el terapeuta tiene un “rol prefijado” y la llegada del paciente se basa en “cierta creencia” basada en la capacidad para creer en una persona que lo ayude y comprenda[11] . Para este padre, ser comprendido lo humanizaba. En la medida que su palabra era alojada; algo de su relación a este niño podía inventarse, una relación en la que pudiese caber la sorpresa de lo impredecible; como el asombro de esta madre cuando nos contaba la escena frente al televisor.

Pero cuantas cosas podría querer decir comprenderlo ?; más aún si seguimos una nueva advertencia del autor cuando nos avisa que muchos pacientes esperan que los comprendamos demasiado rápido. Uno podría preguntarse por la medida de ese rápidamente, respuesta solo formulable en la singularidad de cada caso, pero... qué es lo que vuelve al encuadre humano ?...

En otro texto[12] , el autor que nos acompaña, ilumina un poco más esta idea al comentar que durante las primeras entrevistas se adapta un poco a las espectativas que el paciente trae a la consulta porque no hacerlo es inhumano. Hacer lo mínimo necesario, suele ser de buen consejo en nuestra clínica de cada día.

Maxi y Tomás comparten un costado que interroga nuestra práxis cotidiana; cuando muchas veces entrejemos nuestro accionar en un trabajo que superpone los recursos que no abundan y que solemos hacer jugar casi de forma artesanal. Hacer lugar es el asunto, para que el niño sea posible, como aquella niña que al final del texto le dijo al autor:

“No importa si algunas de las cosas que Ud. dice están equivocadas porque yo sé cuáles son las equivocadas y cuáles las correctas...si yo fuera Ud. no seguiría tratando de adivinar”; con lo cual me quería decir que era capaz de tolerar que yo no supiera.[13]



[1] Bien podria evocar una serie que se continua en el lugar de algunos otros reales que le siguen, la escuela, los abuelos , etc. De todas manera seria bueno atender que la serie compartiria ese rasgo en comun referido a “realidad objetiva” y prudente detenernos en la singularidad de cada tratamiento por la particularidad que cobra en su especificidad cada uno de estos otros en cuestión.

[2] No trato aquí de prsentar un planteo que busque ofrecer algun modelo posible de “aplique”, nada mas lejos de mi intención al respecto.

[3] Ana M. Sigal de Rosenberg. La constitución del sujeto y el lugar de Los padres en el psicoanálisis de niños.En: El lugar de Los padres en el psicoanálisis de niños. Edit.Lugar.1995.

[4] Horarios, rutinas, secuencias, absolutamente todo se ordenaba alrededor de los negocios de sus padres.

[5]Es decir luego que salía del Jardín, a los tres años.

[6] Me refiero a la consulta psicoterapéutica. ( 1965 ).

[7] Winnicott. D.W. El valor de la consulta terapéutica..En Exploraciones Psicoanalíticas II.Paidos.

[8] Se trata de mi trabajo como Orientador Educacional, en un Equipo Orientador Escolar Distrital del Nivel Inicial, que trabaja con los 46 Jardines de Infantes del Distrito y depende de la Dirección de Picología y Asistencia Social Escolar, en el marco de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires.

[9] Que contemple un exámen pediátrico; neurológico y psicológico. Orientaciones que graduamos en función de las posibilidades que nos brindaba de a poco la constitución de cierto lazo que comenzaba a generarse, entre el padre y nosotros.

[10] Winnicott.D. Ob.Cit. Pág. 49.

[11] Winnicott.D. Ob.Cit. Pág. 45.

[12] Winnicott.D. Los fines del tratamiento psicoanalítico.(1962). En Los Procesos de Maduración y el Ambiente Facilitador.

[13] Winnicott. D. El valor de la consulta terapéutica. En Exploraciones Psicoanlíticas II.Paidos.