miércoles, 17 de febrero de 2010

Acerca del valor terapéutico de trabajar con padres en el psicoanálisis con niños por Claudio O. Steckler


www.elsigma.com/site/detalle.asp?IdContenido=6662

El lugar de los padres[1] con relación al tratamiento parece no ser patrimonio de la práctica con niños, sin embargo, en otras ocasiones, donde se trata de personas con cuadros graves, que comprometen su autonomía, se presenta la ineludible necesidad de dar cabida, en el contexto del tratamiento, a algunos “otros significativos” en la vida del sujeto.

Se me ocurren direcciones posibles de reflexión. Una de ellas, sería interrogarse por el lugar que le compete a estos “ otros”, en el sentido del espacio que le asignamos cuando... o bien los convocamos(seria el para qué ?)... o bien cuando son ellos los que piden venir, si los dejamos pasar entonces: para qué ?. Digo, porque hay un lugar que el analista produce en el acto de abrir la puerta para que aquellos otros entren; entiéndase que me refiero al carácter simbólico de “abrir la puerta” y a todas las derivaciones asociativas que de allí puedan surgir pero también a su carácter real: dar una hora, escuchar, intervenir, hablar, dialogar con estos “otros”.

Me interesa destacar cierta cuestión sobre estos diálogos, no tanto por el lugar que ocupan, más sí por su condición, su esencia, su particularidad. En una dirección que me lleva más con relación al cómo[2], en función de las condiciones que dan lugar a la emergencia de la presencia de estos “otros” en la situación y al tratamiento que reciben por parte de quien dirige la cura.

¿ Cómo hacemos con “eso” ?.

Los niños no vienen solos y no siempre es un pan lo que traen debajo del brazo, más precisamente de sus manos son traídos por sus padres, aunque a veces las cosas suenan al revés y uno concluye preguntándose: quién trae a quién?. Frecuentemente nos encontramos con situaciones que nos hacen vacilar, solemos tener que tomar decisiones e intervenir extendiendo nuestro campo de trabajo incluso “por fuera” del consultorio; lo que nos confronta con demandas de las más diversas, lo cual obliga a ubicar algunos parámetros con claridad que nos ordenen desde el principio. Una de las posibilidades - tal vez la más usada - nos pone en pista con dos problemáticas fundamentales: síntoma y demanda. La pregunta por el sujeto en relación bien puede orientarnos en un primer esbozo por ubicar las cosas. Pero el asunto allí no termina, pues, frecuentemente - y cada vez más - el tiempo no nos acompaña. Ubicar en el contexto del relato quien demanda o más aún formalizar ó constituir un síntoma, lleva no sólo trabajo analítico sino fundamentalmente TIEMPO.

Ana M. Sigal de Rosemberg ( 1995 )[3] nos ayuda a recordar que frecuentemente los niños no sólo producen síntomas en lugares insoportables para sus padres sino que además suelen ser dirigidos hacia ellos. Los hijos actualizan en sus síntomas conflictos reprimidos de sus padres; pero la dinámica del síntoma “resuelve” el conflicto que subyace entre el deseo inconciente y lo insoportable que le resulta al yo su realización. Ahora bien, en el niño esta realización del deseo inconciente este bloqueada por un Yo que intenta satisfacer el deseo de los padres. Frente a la amenaza de la pérdida de amor, el niño reprime el deseo, para satisfacer al Otro. Todo se complejiza en la perspectiva de una superposición entre la subjetividad del niño y la de sus padres, a lo que se suma que como analistas de niños somos testigos de un aparato psíquico en formación, de niños en desarrollo y en crecimiento, lo que agrega un nuevo color a lo problemático de nuestro campo.

Cuando acepté atender a Maxi ,el motivo de consulta no encajaba muy bien con su edad cronológica, ¿ hacerse caca a los cuatro años alcanzaba para proponerle un tratamiento ?; mantuve la pregunta en suspenso y decidí atenderlo luego de un par de entrevistas con sus padres.Toda la escena familiar estaba literalmente tomada por las actividades comerciales de sus padres[4] a lo que se sumaba una relación con el niño basada en un tratamiento rígido y estereotipado que impedía toda experiencia posible. Su calendario semanal predeterminado con actividades diarias extraescolares[5] no dejaba márgen a lo inesperado. Todo parecía calculado.

Un tratamiento anterior ( a los tres años ) había considerado entrevistas con padres de manera sistemática y pautadas, en su frecuencia, de antemano. Aquella situación había terminado de forma caótica, “todos peleados con todos”. Cómo me parecía (no sería difícil de imaginar) , esta gente: hablaba mucho y escuchaba poco.

Decidí entonces hacerle lugar al niño y les dije a sus padres que cuando los necesitase los iba a convocar. Maxi estableció rápidamente una transferencia al trabajo y entendió de que se trataba, los encuentros fueron transcurriendo en un movimiento que podría situarse de la inhibición a jugar al jugar espontáneo. La producción lúdica tomó distintos matices, donde haciendo uso de su esencia niño (digo: esencia lúdica) fue haciendo suya una historia que era de “otros” y en la que no había tenido demasiado lugar.

Resultó que un día llegó a mi casilla de correos, un email donde el padre algo eufórico, me contaba, que habían ido a pescar y en el medio del río a Maxi le habían dado ganas de hacer caca y que, no sólo no se había hecho encima sino que había pedido una bolsita para depositar su caca en ella y al regresar a tierra firme tirarla al inodoro.

Confieso que por mi parte lo que más me sorprendió no fue la cuestión de la bolsita y el contenido, sino más precisamente que era la primera vez que Maxi con su padre compartían alguna experiencia lúdica juntos. La modalidad de funcionamiento familiar y la forma en la que estaban implicados les impedía ver allí a un niño, en su lugar, mas bien, veían a un adulto en miniatura al que sometían a un ritmo cuyo costo Maxi no soportaba.

Lo demás, digo la relación de Maxi con su caca, llegó casi por añadidura cuando en el medio de una sesión, pidió permiso para ir al baño para que después de un ratito llamase al padre en el medio de una carcajada diciéndo:

“Vení papá, mirá el pescado que hice !!!!!!”.

Entonces : ¿ qué fue lo que allí operó ?, ¿ cómo operó ese análisis ?.

La primera consideración consiste en decir que el significante comenzó a adquirir una movilidad nueva, un desplazamiento necesario para que caca fuese algo más que caca y circule; significante que aparecía enquistado, en el contexto del discurso familiar Ahora caca podía ser pescado, y el pescado podía ser caca, lo que producía la apertura de todo un campo de trabajo lúdico que en el análisis de Maxi enriquecía notablemente las posibilidades de intervención ( en este sentido casi superpondría intervención a juego, la caca pasaba a ser algo con lo que se podía jugar ).

Pensando luego ( como por lo gral. hacemos los analistas pensamos luego....) me resultó considerable que la manera no rígida en como se establecieron las entrevistas con padres hicieron lo suyo; en esta dirección quedó claro desde el principio que no quedaron ni afuera ( excluídos ) ni adentro ( confundidos ); ellos mas bien quedaron cerca, digamos a mano, dispuestos potencialmente para poder ser “usados”; casi casi en el lugar justo, tanto como para que Maxi lo llame y el padre pueda escucharlo sin que yo intervenga; la escena era de ellos; solo me tocaba esperar en el consultorio, porque su sesión no había terminado.

Ahora bien: para qué hablar con los padres?. Ubiquemos con claridad una idea recurrente y casi obvia : nos encontramos para hablar del niño; pero...está prohibido hablar de otra cosa ?; cómo ubicar que eso que traen es de ellos y no hace al niño?. Propongo en esta dirección sostener una pregunta :

Qué niño ?. Podríamos agregar: qué niño en juego.....?

La práctica con niños - más que ninguna - hace lugar a una modalidad de presentación que se constituye como consulta; en la medida que no siempre que un niño llega al consultorio lo hace buscando tratamiento. Winnicott ( 1965 )ha sido un autor que ha introducido este dispositivo[6] y que hoy nos resulta de gran utilidad para pensar ese otro rango de la clínica que no cae dentro de lo que sería un psicoanálisis. Una consulta puede resultar terapéutica pero que le confiere su valor como tal ...?.

En el Valor de la consulta terapéutica[7] ( texto al que me refería hace un instante ) Winnicott comienza no solo hablándonos de su interés creciente por el máximo aprovechamiento de las primeras entrevistas sino advirtiéndonos que lo que desarrollará en el texto no es psicoanálisis. Ahora bien, que ocurre cuando un psicoanalista trabaja en circunstancias donde no se encuentra conduciendo un análisis y ni siquiera existen las posibilidades de proponerlo ?.Después de casi un año de conocerlo la mamá de Tomás me contó:

El estaba mirando el noticiero y contaban de esos padres que les pegan a sus hijos y me dijo: Vés mamá eso me pasaba a mí; cuando papá venía loco del trabajo me fajaba entonces yo iba al jardín y le pegaba a todo el mundo y rompía todo; pero ahora papá no me pega más y yo me tranquilicé no pegué más “.

Se trata de un Psicoanalista en la escuela; más precisamente en un Jardín de Infantes del Conurbano Bonaerense, en el que intervine formando parte de un Equipo Orientador Escolar [8]. En este caso, nos habían convocado pidiendo “orientación” sobre la adaptación de un niño que se volvía insostenible debido a un altísimo monto de impulsividad y agresividad que le impedía incluirse en un grupo y establecer alguna modalidad de lazo social posible con sus pares.

Nuestras posibilidades de intervención consistían en un puñado de espaciadas entrevistas a las que dimos cauce y en las que participaba siempre y por propia iniciativa el padre. Desolado y con pocos recursos materiales a los que apelar, nos hablaba de una cotidianeidad donde la pobreza solía poner en riesgo la satisfacción de las necesidades más básicas.

En cada encuentro, más allá de ciertas orientaciones puntuales - en dirección a iniciar un proceso diagnóstico [9]- comenzó a desplegar las constantes cargadas de las que era objeto en su lugar de trabajo. Cada vez que lo citábamos, empezábamos por el hijo y terminaba hablándonos de eso.

Winnicott señala que el principio fundamental de la entrevista terapéutica consiste en brindar un encuadre humano[10] , lo que acompaña de la necesidad de no deformar el devenir de los sucesos llevado por la angustia ó por la propia necesidad de tener éxito ( del analista ). Podríamos abrir un par de capítulos trabajando sobre esta idea pero empecemos por decir que brindar un encuadre humano más que un hecho es una posibilidad latente en el trabajo del analista y que su intervención bien puede impedirlo ó desviarlo. Digo: algo propio de su tarea consiste en crear un encuadre humano. Potencia y posibilidad que espera un depliegue - el paciente, su ilusión – y que no siempre se produce.

Se trata de esa zona a construir donde un psicoanalista dirige la entrevista ( como nos advierte el autor en un comienzo : como consecuencia de su análisis personal y del manejo de la “técnica clásica” ) conduciendo con su presencia, escuchando, mirando, pero también... hablando. Es decir, con lo que dice, con eso que dice y en como lo dice. Por el solo hecho que él es también humano.

En la entrevista terapéutica el terapeuta tiene un “rol prefijado” y la llegada del paciente se basa en “cierta creencia” basada en la capacidad para creer en una persona que lo ayude y comprenda[11] . Para este padre, ser comprendido lo humanizaba. En la medida que su palabra era alojada; algo de su relación a este niño podía inventarse, una relación en la que pudiese caber la sorpresa de lo impredecible; como el asombro de esta madre cuando nos contaba la escena frente al televisor.

Pero cuantas cosas podría querer decir comprenderlo ?; más aún si seguimos una nueva advertencia del autor cuando nos avisa que muchos pacientes esperan que los comprendamos demasiado rápido. Uno podría preguntarse por la medida de ese rápidamente, respuesta solo formulable en la singularidad de cada caso, pero... qué es lo que vuelve al encuadre humano ?...

En otro texto[12] , el autor que nos acompaña, ilumina un poco más esta idea al comentar que durante las primeras entrevistas se adapta un poco a las espectativas que el paciente trae a la consulta porque no hacerlo es inhumano. Hacer lo mínimo necesario, suele ser de buen consejo en nuestra clínica de cada día.

Maxi y Tomás comparten un costado que interroga nuestra práxis cotidiana; cuando muchas veces entrejemos nuestro accionar en un trabajo que superpone los recursos que no abundan y que solemos hacer jugar casi de forma artesanal. Hacer lugar es el asunto, para que el niño sea posible, como aquella niña que al final del texto le dijo al autor:

“No importa si algunas de las cosas que Ud. dice están equivocadas porque yo sé cuáles son las equivocadas y cuáles las correctas...si yo fuera Ud. no seguiría tratando de adivinar”; con lo cual me quería decir que era capaz de tolerar que yo no supiera.[13]



[1] Bien podria evocar una serie que se continua en el lugar de algunos otros reales que le siguen, la escuela, los abuelos , etc. De todas manera seria bueno atender que la serie compartiria ese rasgo en comun referido a “realidad objetiva” y prudente detenernos en la singularidad de cada tratamiento por la particularidad que cobra en su especificidad cada uno de estos otros en cuestión.

[2] No trato aquí de prsentar un planteo que busque ofrecer algun modelo posible de “aplique”, nada mas lejos de mi intención al respecto.

[3] Ana M. Sigal de Rosenberg. La constitución del sujeto y el lugar de Los padres en el psicoanálisis de niños.En: El lugar de Los padres en el psicoanálisis de niños. Edit.Lugar.1995.

[4] Horarios, rutinas, secuencias, absolutamente todo se ordenaba alrededor de los negocios de sus padres.

[5]Es decir luego que salía del Jardín, a los tres años.

[6] Me refiero a la consulta psicoterapéutica. ( 1965 ).

[7] Winnicott. D.W. El valor de la consulta terapéutica..En Exploraciones Psicoanalíticas II.Paidos.

[8] Se trata de mi trabajo como Orientador Educacional, en un Equipo Orientador Escolar Distrital del Nivel Inicial, que trabaja con los 46 Jardines de Infantes del Distrito y depende de la Dirección de Picología y Asistencia Social Escolar, en el marco de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires.

[9] Que contemple un exámen pediátrico; neurológico y psicológico. Orientaciones que graduamos en función de las posibilidades que nos brindaba de a poco la constitución de cierto lazo que comenzaba a generarse, entre el padre y nosotros.

[10] Winnicott.D. Ob.Cit. Pág. 49.

[11] Winnicott.D. Ob.Cit. Pág. 45.

[12] Winnicott.D. Los fines del tratamiento psicoanalítico.(1962). En Los Procesos de Maduración y el Ambiente Facilitador.

[13] Winnicott. D. El valor de la consulta terapéutica. En Exploraciones Psicoanlíticas II.Paidos.

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