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Para los que trabajamos en instituciones, es habitual manejarnos con este dispositivo que se llama admisión, del que creo no hay mucho escrito, al menos no desde alguna conceptualización, o tal vez no ha llegado aún a nuestras manos.
¿Funciona una transferencia en las entrevistas de admisión? Por supuesto, como en cualquier otro encuentro entre sujetos. La transferencia es algo que, en el caso de las neurosis, se genera espontáneamente en cualquier situación donde haya sujetos en juego, pero no sé si deberíamos pensarla del mismo modo que la que acontece en un análisis.
¿Cuándo decimos que “hay” transferencia en un análisis (un modo de decirlo que alude ya, seguramente, a un cierto modo de pensarlo)? Freud dice que hay transferencia en un análisis, cuando el analista ha pasado a formar parte de las representaciones inconscientes del paciente, y esto queda confirmado por el sueño. Lacan habla del analista como una formación del inconsciente del paciente, y Nasio define la interpretación (cito un poco de memoria), como el retorno de lo reprimido del paciente en boca del analista [1]. Me parece que existe una continuidad en estas frases, que nos permite pensar la transferencia como algo fundamental del análisis, y no sólo como los afectos del paciente depositados en la figura del analista, aunque —sabemos— no es sin ellos.
¿Qué es la transferencia? Tomo aquí prestadas las palabras de Oscar Masotta: “La transferencia no es sino una relación por donde el analista se convierte en el «Sujeto supuesto Saber», es decir, en depositario o en pantalla de un Saber proyectado. Ahora bien, y no es ocioso recordarlo: la transferencia no debe ser fortalecida, sino desatada, disuelta.” [2]
Si la admisión es un momento de paso, lo deseable es que no se genere allí “un amor” de transferencia que detenga ese pasaje. Por otro lado, ¿cómo impedir lo que se produce espontáneamente? Si bien algo del circuito, del clisé que implica un movimiento transferencial, puede volcarse sobre la persona del admisor, podríamos decir que lo que faltaría del otro lado es una escucha dirigida a la instalación de una transferencia de análisis, y que tampoco su intervención va a ser efecto de una transferencia que involucre la puesta en acto del inconsciente. Que el proceso resulte de este modo dependerá del posicionamiento de ese analista en función allí de “admisión”. Que el paciente conozca que ese no será su analista, seguramente tendrá alguna incidencia, pero no me parece la más importante. Tal vez se trate de una especie de puesta en escena que simultáneamente conlleve su disolución.
Admisor... ¿admisor de qué? ¿Qué es lo que admite, si no es una transferencia? La admite para pasarla. Asimismo, creo que para lograr el objetivo de la admisión, que es que el paciente en su deriva llegue a algún lugar, ambas cuestiones son necesarias: tanto que la intervención que realicemos no refuerce una transferencia que sea intransferible, como que algo de la transferencia funcione para que dicha intervención tenga algún alcance.
Si el analista escuchó e intervino, esto sólo parece posible en un campo transferencial. ¿Pre-transferencia? ¿Transferencia previa? Cierta “transferencia” —dichos, referencias, imágenes— en relación a la institución, no todavía a algún terapeuta en particular, o también —como se expresa en el texto “Las entrevistas preliminares – Mesa redonda”, en Acto e interpretación— una transferencia al psicoanálisis, antes de que aparezca allí una encarnadura, una presencia, la “persona” a ocupar el lugar del Otro de la demanda.
Alguna vez he tenido una primera entrevista de admisión en la que la paciente había soñado la noche anterior con el “supuesto” analista que la atendería y que aún no conocía. Muchas veces el paciente llega traído por dichos escuchados a otros, otros que se analizan o que han hecho algún tratamiento en esa misma institución, o en otro lado. Es una cierta cifra que el paciente porta; el desmontar estos dichos nos lleva a la red significante de la historia del paciente, a la demanda en juego.
También en la admisión, el sujeto supone allí a un otro que sabe, es necesario que se produzca una confianza, que el paciente pueda depositar en esa figura una confianza respecto a un saber, pero no se tratará del “Sujeto supuesto Saber”, esto es algo que se producirá durante el análisis, en la medida en que la operación significante —en tanto funcione allí la escucha de un analista— vaya produciendo sus efectos.
En el caso de la admisión, el paciente —y aún no del todo paciente— puede poner sobre el admisor distintas suposiciones: la de un profesional que podría escucharlo, guiarlo, indicarle, no aceptarlo, comprenderlo, o tal vez no, tal vez lo tome como un mero trámite a atravesar, con lo que —quizás— nos preguntaríamos sobre la analizabilidad de ese paciente. Dos de los lugares posibles (al menos en las neurosis, seguramente hay más) son: el de un Otro evaluador, y el de un Otro a engañar. El admisor está en el lugar de un Otro, del que se espera diga algo, dé alguna respuesta, ponga alguna palabra, y esto implica una transferencia. “¿Podrá admitir lo inadmisible que tengo para decir?”. Hay un nivel de barrera a pasar.
Pensamos que si no se genera algo del orden de la transferencia con el admisor, tampoco será posible que esa derivación llegue al terapeuta designado. Pero no tiene por qué entrar éste en el clisé de representaciones-expectativas inconscientes. O sea, algo debe producirse ya desde el momento de la admisión, el relanzamiento de alguna pregunta, el recorte de un síntoma, etc., que permita dar continuidad a la demanda de análisis. Es decir, lo que se produzca en esas entrevistas de admisión también formará parte de la instalación de la transferencia al análisis.
No es sencillo, en la intervención, pensar qué es posible poner en juego y qué no: cada caso es singular, pero seguramente lo dicho allí por el admisor deberá ser lo suficientemente discreto, la menor intervención posible, pero la suficiente como para no obturar la pregunta, para no rechazar la transferencia en juego. Cuando en las entrevistas de admisión hemos logrado una cierta eficacia, notamos que el paciente llega posicionado de otro modo, a veces con una mayor decisión respecto de un análisis. También consideramos posible que allí donde la decisión no se logre tal vez sea oportuno postergar la consulta. Pensamos que éste también es uno de los objetivos de la admisión: acompañar a que el sujeto pueda confirmar su decisión y, si esto no es así, mejor no, mejor esperar.
¿Una transferencia tal vez más cercana a la sugestión? Creo que en la admisión escuchamos fundamentalmente al yo y tratamos de ubicar cuál es la posición del sujeto en lo que dice que le ocurre, si hay o no un sujeto que pueda hacerse cargo, o cuánto hay de sujeto. No hay una “asociación libre”, ni una “escucha flotante”. Tratamos de escuchar por qué viene, por qué ahora, qué se pregunta, de qué estructura se trata y qué es lo que nuestra institución podría aportarle, y bajo qué modalidad de tratamiento.
La operatoria en la que se trata de lograr la implicancia subjetiva de ese sujeto, la demarcación del síntoma en ese análisis, la lectura de la demanda, deberá estar en relación a la escucha de el/“su” analista, para que esto mismo anude la relación transferencial a “ese” analista. Hay una relación intrínseca entre los dichos del paciente y la escucha de su analista, que posibilita la implicancia subjetiva necesaria para dar inicio al análisis, y eso es dicho a ése que lo ha sabido escuchar de determinada manera, que es intransferible. En esa confluencia se produce el “mi” analista, de ahí que pensemos que ese acto funda la transferencia de análisis decantando sobre ése —y no sobre otro— el lugar del analista.
No resulta fácil la tarea del admisor, no debe allí sobrepasar algo, en su intervención, y simultáneamente no sería posible el trabajo de admisión sin la intervención de un analista. Creemos que esto dependerá del trabajo que ese analista, esa institución, puedan hacer respecto al lugar del cual se trata.
Las primeras entrevistas marcan una prueba, el tiempo de prueba, previo a la prueba que proponía Freud, ¿o tal vez parte de ella? Asimismo, la admisión es más un dispositivo necesario a las instituciones que a los análisis. Somos nosotros —los de las instituciones— los que necesitamos este dispositivo que permita una cierta organización respecto a las derivaciones. Es necesario, por ejemplo, conocer el diagnóstico del paciente antes de decidir a qué equipo o a quién se efectúa la derivación. Si bien tendrá que ver con un cuidado hacia el paciente, también tendrá que ver con un cuidado interno de los que constituyen esa institución, con una especie de pre-visión. En una institución el paciente es el paciente de tal o cual, pero al mismo tiempo es un paciente inmerso en un marco institucional. Lo que cada integrante de una institución realice respecto a sus pacientes institucionales incidirá directa o indirectamente en el trabajo con los otros.
Aspectos positivos, aspectos negativos. Al mismo tiempo, no hay psicoanálisis sin algún modo de “institución”. Al menos son necesarios tres: paciente, analista, supervisor[3].
Cuando Freud plantea la formación de los analistas, indica el análisis didáctico, la lectura y el control, y la relación con otros analistas de más experiencia. Creo que algo de esto intentan reconstruir algunas de las instituciones psicoanalíticas. ¿Está ya ahí en germen algo de “institución”? Lo que sí es seguro es que a Freud le preocupaba la continuidad del psicoanálisis, su futuro.
Cuando Lacan dice: “el analista se autoriza de sí mismo”, también dice “y con los otros”. Ningún analista trabaja solo, aunque en el momento de la sesión esté en la más absoluta soledad. Antes y después necesita estar en relación a otros, otros iguales y otros no iguales. Esto forma parte del dispositivo y de nuestra labor. Hace posible nuestra formación y también nuestro trabajo. De todos modos, sería material para otro escrito ponernos a pensar acerca de las instituciones, en tanto lo instituyente o lo instituido, y los efectos de ello en el psicoanálisis.
En todo análisis, institucional o privado, el analista debe responder ante un otro, está sometido a juicio. Su juicio, lo que ha enunciado, lo que ha decidido, cae bajo su entera responsabilidad.
Bibliografía
FREUD, S. (1996), “Consejos al medico”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, vol. XII.
FREUD, S. “Recordar, repetir y reelaborar”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, vol. XII. 1996
FREUD, S. “Sobre la dinámica de la transferencia”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, vol. XII. 1996.
LACAN, J. El Seminario, Libro 8. La Transferencia, Piados, Buenos Aires. 2005.
MASOTTA, O. Ensayos lacanianos, Anagrama, Barcelona. 1996
REBAGLIATI, G., Institución, psicoanálisis y ateismo – Coloquio “Institución clínica y psicoanálisis” Collalbo, Bolzano-Italia, Ed. Almagesto.
Referencias
[1] Otro modo en que Nasio lo expresa: “El inconsciente del analizado retorna en una interpretación del analista”; y también: “La interpretación es la prueba misma de la existencia de la transferencia”.
[2] Oscar Masotta en Ensayos lacanianos, Ed. Anagrama
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