martes, 5 de enero de 2010

Entrevista a Alicia Hartman

http://www.elsigma.com/site/detalle.asp?IdContenido=6368

-Usted posee una vasta experiencia en el trabajo con niños y adolescentes lo cual se refleja en su producción escrita. En “Aún los niños” plantea que: “en la práctica con niños, muchos de los tratamientos transitan, en sentido amplio, por lo que Freud denominó entrevistas preliminares. Entonces, ¿se podría hablar de análisis con niños?

-Creo que la cuestión de preguntarse por la especificidad o no del psicoanálisis con niños ha sido todo un problema durante mucho tiempo. Trabajando casos graves, concluí que en los niños pequeños y en patologías severas, si uno se ajustara estrictamente a lo que puede ser la formulación de una demanda de análisis, –particularmente en los niños que vienen en posición de objeto que es el tema de mi tesis de doctorado–, hay un largo período de entrevistas preliminares en el sentido estricto, que Lacan nos propone en relación a la constitución del síntoma en transferencia. Situando que el síntoma en transferencia hasta podría ser lo que marcaría la terminación de ese trabajo analítico. Es decir, cuando alguna pregunta se abre una vez que se ha transitado el recorrido de aquel que viene en una posición donde la pulsión es la que comanda su subjetividad. Entonces, constituir el síntoma en transferencia es, tal vez, abrir alguna pregunta que muchas veces coincide con una mejoría y el comienzo de lo que podemos situar como neurosis de la infancia. En este punto, Lacan nos orienta porque justamente propone, a partir de la lógica del fantasma, sujetos que no vienen con una presentación del lado del síntoma, sino que se ubican del lado del fantasma. También allí, hace falta un largo trabajo –he escrito sobre esto en algunas oportunidades, y Diana Rabinovich, especialmente en un libro, cuyo título es Clínica de las impulsiones, ha tomado un caso mío–, son sujetos que necesitan un prolongado tiempo de entrevistas preliminares para que se abra la constitución del síntoma. Creo que Lacan ubica esta presentación como una modalidad de análisis. No está reñida con el psicoanálisis con niños, pero son análisis peculiares que no empiezan por una pregunta alrededor del síntoma, o sea, una posición del sujeto que no es la de sujeto, sino de objeto.

-¿Habría alguna diferencia entre el análisis con niños y el análisis de adultos que vienen en posición de objeto?

-Yo pienso que desde el punto de vista estructural, no. Las diferencias, en todo caso, estarían en otras cuestiones. En mi tesis que titulé En busca del niño en la estructura, pretendí –no sé si tuve éxito en ese sentido– que fuera un poquito más allá del análisis con niños. Esto estaría marcando una posición pensando en los adultos graves que, también, vienen en posición de objeto, que son neuróticos y tardan un tiempo muy grande en la constitución del síntoma. Es lo que en algún momento, se llamó caracteropatías. En todo caso, si uno quiere pensar las diferencias, son diferencias que me parece que van por otros carriles, pero yo no pienso que haya, en cierto sentido, una especificidad del análisis con niños. De esto parto.

-También en Aún los niños plantea que: “la operación analítica -con niños- es con enunciados y que la enunciación queda en manos de la estructura que habla en él, de ahí la importancia del trabajo con los padres”. ¿De qué manera propone ir realizando ese trabajo en esta doble vía?

-En el niño, no es fácil trabajar desde el punto de vista del grafo con las dos cadenas. Muchas veces hay decirles que advienen justamente de aquello que se dice en otro espacio, que es en relación al fantasma que se va trabajando con los padres respecto de ese niño. Y esto lo trabajó, –de alguna manera nos dio la herramienta, Freud– con aquel famoso sueño de las monedas de oro donde la paciente sueña con unas monedas de oro y el niño, su hijo, viene al día siguiente con las mismas monedas. Estas son las cuestiones extrañas o coincidentes que arman o que sustentan esta cuestión de que el inconsciente es transindividual. Este es un axioma básico dentro de la teoría lacaniana. Uno puede encontrar a veces frases que surgen como enunciados en los niños que son trozos de discurso que aparecen ligados a otras escenas en los padres. Un simple ejemplo. Un niño que venía a sesión y decía: “Hoy es el peor día de mi vida”. Yo lo escuché durante mucho tiempo. Al principio, pensé que era una cuestión transferencial, pero en una oportunidad cité a los padres y les pregunté. Entonces, la madre lo codea al padre y le dice: “Pero si vos te levantás todas las mañanas diciendo esto, si estás con una depresión donde no podés ni con tu propia alma”. Justamente en este caso, la consulta se produjo porque el chico había tomado un cuchillo y los padres temieron un intento de suicidio. Una vez que esto se dilucidó, el chico se liberó automáticamente de esta posición y recobró la alegría, y el padre empezó un análisis. Y esto no hizo falta ni referirlo, ni decírselo al niño, simplemente, con el sólo hecho de hablarlo en las entrevistas con los padres, de escuchar esa repetición que aparecía en el niño y poder encontrar en qué lugar del discurso de los padres estaba instalado, la posición del chico cambió. No siempre esto ocurre, pero a eso me refiero.

-Héctor Yankelevich, en referencia al trabajo con chicos graves sostiene que muchas veces se van produciendo cambios en el infans a partir del relato que la madre hace en las entrevistas, en las que el niño está presente. ¿Usted acuerda con eso?

-Totalmente. Casualmente, Héctor y yo fuimos compañeros en la carrera y en la misma comisión de trabajos prácticos, así que, nos conocemos hace muchos años, si bien durante los años que él estuvo en Francia no tuve ningún contacto. Por mi parte, he escrito poco sobre mis pacientes autistas, débiles o psicóticos. En realidad, mantuve esa clínica más resguardada dentro del consultorio. Pero con la persona con la que coincido teóricamente en relación a lo que yo he encontrado con mi propia casuística, es con Yankelevich. Me encontré con sus libros después de haber escrito la tesis, después de haber pensado cuestiones en relación a mis pacientes. Y como ocurre con algunas lecturas, muchas veces se encuentra en otro autor lo que uno ya ha escrito. Esto me produjo una gran satisfacción. Yo también trabajo con los casos muy graves, en presencia del niño, cuestiones que tienen que ver con estos fantasmas de la madre, o a veces del padre, en las sesiones.

-Betty Garma, desde otro marco teórico, planteaba que ella no hacía entrevistas a solas con los padres, que si tenía que hacer entrevistas con los padres, suspendía las entrevistas con los niños y hacía una entrevista conjunta. ¿Cuál es su posición al respecto?

-No sé, creo que son cuestiones más burocráticas del psicoanálisis, de cómo uno lo implementa, lo que importa es cómo se escucha o cómo se lee esto. No sé si Betty Garma trabajaba con el significante y todas estas cuestiones dentro del marco de la formulación kleiniana. Mi formación inicial fue kleiniana, incluso mi análisis fue kleiniano en un primer momento, y cuando lo dejé, cuando me pude desprender del estudio de Melanie Klein y acercarme a Winnicott y a otros autores –que anticipan lecturas en relación a la obra de Lacan–, mi clínica cambió.

-¿Qué lugar le asigna al secreto profesional en las entrevistas con los padres en el análisis con niños y adolescentes?

-La cuestión del secreto profesional, a mi gusto, es algo parecido al tema del encuadre. Y cuando uno trabaja en forma lacaniana, el encuadre está cuestionado como estructura. El clásico encuadre dentro de los términos de lo que podía proponer la IPA. A mí lo que me importa es utilizar aquello que se pueda producir en tanto vea que la transferencia me lleva a hacer hablar de ciertas cuestiones. No puedo pensar ya el análisis con la estructura que planteaba la IPA, porque estoy trabajando con el discurso, entonces, me las ingenio de alguna manera para que las cosas que me parece que pueden producir en términos del acto analítico se puedan hablar. Lo considero de acuerdo al caso.

Y lo mismo con los adolescentes. Winnicott plantea una cuestión bastante interesante respecto de los adolescentes. Dice que el analista que trabaja con adolescentes tiene que mantenerse en un equilibrio inestable, porque escucha dos campanas claramente y tiene que hacer una especie de tentempié donde tendrá que sostener un cierto equilibrio entre eso que recibe de los padres y lo que recibe del joven, y ver, a veces, qué hace con eso. Me refiero especialmente a la consulta por adolescentes graves.

-Una consulta que genera mucha preocupación en los padres es la que involucra a las adicciones.

-Sí, cuando son adicciones que bordean el riesgo de vida, uno no puede dejar a los padres afuera. En algunas oportunidades donde por ciertas razones de cuidado al joven, a lo mejor, uno podría haber postergado esto, se producen consecuencias que podrían ser muy complicadas para el paciente, sobre todo, respecto a cuestiones de pasaje al acto, de acting out complicados.

-En el texto antes mencionado, refiere que cuando se trata de niños se espera una cura terapéutica, que lo que plantea Lacan para el fin de análisis de un adulto, que es que sepa hacer algo con su síntoma no es homologable para el caso de los niños, y que las terminaciones del lado de la normalización y de la desaparición de síntomas solo hablan de la represión y no eluden la posibilidad de su reactualización posterior. ¿Cómo pensar la dirección de la cura y la conclusión de un trabajo con niños?

-Siempre he dicho que no pienso que haya fin de análisis con niños, sino que son terminaciones, acuerdos, son etapas o períodos analíticos al estilo del que pueda producir cualquier sujeto que no aspire a llevar su análisis hasta las últimas consecuencias. Por eso la gente reconsulta y hay períodos de análisis y demás. El tema del fin de análisis es complejo y sería para otra discusión. Lo circunscribo a una problemática muy específica en relación al discurso analítico.

Ahí hay algo importante. Nunca hablé de síntoma en el sentido fenoménico. Muchas veces, he terminado el tratamiento de chicos que todavía tienen enuresis. No me importa el síntoma fenoménico, me importa una posición respecto de la castración. Para mí es polémico el texto de Porge (La transferencia a la cantonade) pero es un texto que me ha servido. En ciertos casos, pienso que es válido, en otros, no. Si hay una posición subjetiva diferente respecto de la castración y del Otro, es suficiente, aún cuando el síntoma fenoménico, a veces, pueda seguir. Muchos problemas de aprendizaje, de enuresis o toses, por ejemplo siguen, sin embargo los padres y el niño han modificado una posición respecto del ideal. Y ese ha sido un tramo de análisis recorrido.

-El cambio de posición respecto de la castración sería el efecto del trabajo conjunto con los padres.

-Por eso partimos de la base que para mí en el análisis los padres entran como parte de la estructura, si eso se produce en el niño, también, se produce en los padres.

Es muy difícil que una cura prosiga si los padres no modifican la posición frente a la castración. Melanie Klein tenía una teoría. Decía que la cura del niño iba a modificar la posición en los padres. Puede ser que en los años veinte y treinta fuera así. También hay que pensar en el horizonte de cada época. Tengo mis dudas de que un niño pudiera producir algo en los padres, pero era el comienzo del psicoanálisis. No es en este tiempo, no es en esta época.

-¿Qué espacio le da usted en el análisis con niños a la inclusión de los elementos que proporcionan los avances tecnológicos, como por ejemplo, la computadora?

-Cero. Tuve pacientes que protestaron porque aquí no tengo computadora. Se las traen ellos. Traen sus game boy, y si quieren que las traigan. No tengo por qué proveerlas yo. En general, me pasa que se ponen muy contentos de ver juguetes convencionales, porque no son las cosas que usualmente tienen y me parece que estimulan. A veces nos encontramos con niños que vienen casi robotizados por el game boy y de pronto se los ve creando, inventando, produciendo sus fantasías, sus novelas, su novela familiar, lo cual a comienzos del análisis estaba totalmente capturado por la imagen repetitiva de lo que podía ver en la pantallita con la que venía.

Pero también le doy menos importancia a los juguetes. Los pequeños objetos para mí han perdido el valor que tenían en cierta época. Sobre todo, a partir de la formación kleiniana o la escuela que nos legó Arminda Aberastury, que en cierto momento realmente fue rectora de cómo iniciamos nuestra práctica. Lo que importa es lo que se pueda producir, ya sea mediante el juego, mediante el cuento, mediante el relato. Lo que interesa es la producción, no los objetos que puedan servir a propósito “de”. Puede ser cualquier cosa, entonces, no tengo por qué traer una computadora al consultorio. En todo caso, los avances tecnológicos van por otro lado, para mi gusto. Es decir, todo lo que la neurociencia en este momento tiene como polémica con el psicoanálisis. Creo que ese es un punto, en todo caso, más interesante.

-¿Cuál sería esa polémica?

-Por ejemplo, padres que consultan al analista porque ya saben que su hijo tiene A.D.D. o que ya saben que su hijo tiene un TOC (“trastorno obsesivo compulsivo”). Son nuevas siglas que tuve que aprender. Por eso creo que los analistas tenemos que conocer el DSM IV, saber qué dice y sobre esto tomar alguna posición.

-¿Cómo piensa la articulación cuerpo-síntoma en la niñez?

-Para mí ha sido de particular estudio en esta última época. Durante mucho tiempo, pensaba que la lógica de la metáfora paterna daba cuenta de la mayoría de los casos, o sea, con esa lógica, podía intervenir. Teniendo estos casos difíciles, que son niños que vienen con una particular excitación, que entrarían dentro de lo que en la casuística pueden ser rápidamente nominados como –psiquiátricamente– ADD, o hiperquinéticos, o hiperactivos, empecé a considerar un poquito más la última parte de la obra de Lacan y a estudiar estos goces de los cuales Lacan habla, y las dificultades en estos niños de constituir el cuerpo imaginario. Ahí comencé a pensar la articulación más precisa entre cuerpo y síntoma, porque estos niños tenían dificultades escolares, con lo cual había algo de toda la dialéctica especular o imaginaria que no se terminaba de constituir y por esto, también, tenían inhibiciones. Se puede pensar que el problema estaba del lado de la inhibición intelectual. Lo que me interesó particularmente fue comenzar a pensar la concordancia de la constitución del cuerpo en relación a los distintos goces, que es lo que Lacan propone, sobre todo, en La tercera y en RSI, y empezar a situarlo en referencia al análisis con niños. Esto ha sido lo que recientemente estuve estudiando, aún cuando hace muchos años que estos seminarios están. Yo no veía la manera de pensarlos en función de clínica común de la infancia.

-¿Qué modificaciones produjo esto en su clínica?

En general, son casos donde no es fácil trabajar con las fantasías porque ni están constituidas, se van armando. Con lo que uno se encuentra es con la pulsión, entonces el tema es cómo, a través del manejo de trasferencia, se produce algún anudamiento donde estas fantasías son el corolario de un largo trabajo de atenuar este goce que aparece como goce del cuerpo. Son chicos que no se quedan quietos en el consultorio, que corren todo el tiempo, que rompen cosas. Sin embargo, no se trata de chicos psicóticos y depende del caso por caso cómo uno se las ingenia para que advenga algún lugar dentro de lo que podríamos decir la significación fálica. Se me hizo evidente teóricamente algo que, a lo mejor, antes hacía sin tener claro por qué lo hacía. Esto lo encontré en la obra de Lacan, que fue para mí, también, un descubrimiento.

-¿Estos casos de los que habla se relacionan con los que menciona como los niños aceptados (deseados) tardíamente?

-Exactamente. Justamente a eso iba. Por eso, la metáfora no es fácil de construir. Son chicos inscriptos tardíamente. A veces, la inscripción se produce en el contexto del mismo análisis. Por ejemplo, algún padre que puede decir: “Yo lo rechacé de entrada”, “todavía lo sigo rechazando, no veo la manera de acercarme a él”. “No tengo ningún tipo de encuentro con él”. Entonces, la cuestión es cómo producir alguna modificación, algún lugar, porque desde el momento que lo pueden decir es que están dispuestos a rever esta posición. Hay una disposición, porque esto no es fácil de decir ni es fácil escucharlo. Producida cierta modificación en el alojamiento que pueda tener en los padres, se va armando la estructura de metáfora.

-El planteo sería que no hubo una significación fálica por parte de los padres.

-Está en la estructura como posibilidad. Lacan es muy claro. En las cartas de la estructura está, el tema es que la carta salga. Lacan habla del reparto de las cartas de la estructura.

-Sin embargo esta no inscripción no ubica a estos niños en el campo de la psicosis.

-No, porque justamente Lacan dice en la conferencia sobre El síntoma que va a quedar la marca de aquello que no fue inscripto como el rechazo, pero son inscriptos tardíamente.

-Su propuesta es que la inscripción se produce a partir de la intervención de un analista. Si esto no sucede, ¿cuál sería el destino de ese sujeto?

-Ah, bueno, esto no lo sé. Yo puedo hablar de mis casos y puedo hablar de la evolución que tuvieron mis pacientes donde muchos de los chicos expulsados de colegios, casi en un autismo o rechazo al otro en esta cuestión de hiperactividad y de goce permanente con el cuerpo, después de dos o tres años de tratamiento, son chicos que están integrados en la escuela, están cursando sus grados casi como cualquier otro. Y han hecho evoluciones importantes.

-¿Si esa inscripción no se produce en el análisis de un niño, podría ser posible en la vida adulta, análisis mediante?

-No lo sé. El tema de los analistas que tratamos niños es muy peculiar, porque nosotros dejamos a los niños en algún momento de la infancia y, a veces, no sabemos más sobre ellos.

-Con los adultos, tampoco.

-Claro, pero es distinto, porque la clínica con niños es una apuesta muy fuerte en un momento muy particular de constitución. Yo sigo tratando niños porque me parece que la práctica con niños siempre me dio la esperanza de pensar que interviniendo allí hay posibilidades que en la adultez, la vida sea diferente. No sé si puedo decirlo claramente. Tuve el placer en estos días de ver a una nena por la que me habían consultado a los cuatro años y vino de once años. Y digo el placer, porque creo que es para un par de entrevistas y decirle nena, ya está. Ella recordaba el análisis de los cuatro años y pidió verme nuevamente por una nimiedad. Es interesante, pero no pasa habitualmente.

-Si lo pensamos como tiempos lógicos y no cronológicos, aquella carta que está ahí pero no ha salido, ¿podría salir en cualquier momento con la intervención adecuada?

-Uno sabe que hay casos que vienen con una cuestión muy complicada en el análisis –adultos– y hay cuestiones que se mueven muy eficazmente en los análisis en relación a la influencia anterior. Creo en el psicoanálisis y creo que esto ocurre. De todas maneras, esta cuestión del rechazo es compleja. Yo no sé qué hubiera sido del destino de algunos pacientes en los que estoy pensando si no hubiera habido la intervención de un analista.

-En “Adolescencia: Una ocasión para el psicoanálisis”, destaca que los textos intentan hacer previamente un estudio de la historia de la adolescencia en la cultura y el psicoanálisis. Dada la pregnancia de la sociedad de consumo y la cultura en la prolongación de la adolescencia, ¿cuáles cree que serían las tendencias más probables para esta etapa en las próximas décadas?

-Sería hacer una predicción, y no me especializo en eso, pero sí puedo decir algo. Cuando nosotros escribimos el libro –digo nosotros porque es un libro en colaboración– Cristina Tara dijo: “Apuremos a publicarlo, porque esto va a caer en desuso rápidamente”. Va a caer en desuso porque lo que nos planteamos en ese libro, –inclusive, todo el capítulo grande que ella escribió respecto de las drogas–, no creo que en la actualidad pueda ser pensado de la misma forma. Considero que esta es la dificultad de la clínica del adolescente y la maleabilidad que exige al analista estar muy atento a los cambios que se van suscitando rápidamente en torno a la cultura adolescente. Por eso me interesó la lectura de los historiadores. Por ejemplo, la historia de los jóvenes, más allá que, por supuesto, es un libro que también toma cierta parte, hasta donde llegó, pero lo que muestra muy bien es, con una visión estructural, cómo en un adolescente hay toda una crisis identificatoria, y las identificaciones, que son secundarias, responden a la cultura de su época. Hay que estar muy imbuido de esa cultura para poder producir un encuentro con el adolescente donde el adolescente se sienta escuchado. Es un punto importante. A mí me costó mucho tratar adolescentes cuando era joven, tal vez, porque me sentía muy cercana a ellos –empecé mi práctica cuando era chica–, y por otra parte, no contaba con todos estos elementos, toda la estructura que en ese entonces proporcionaba el kleinismo de la rigidez de las sesiones, el encuadre, me parece que los hacía huir rápidamente. A mí me pasó, particularmente, que los adolescentes consultaban y se iban. Lacan dice resistencia del analista, sin duda. Había algo que yo no podía escuchar. No puedo dejarlo de pensar así. Es curioso, porque en este momento de mi vida donde las diferencias de edad son mucho mayores, por el contrario, tengo una población importante, en el consultorio, de jóvenes. Me resulta muy grato atenderlos, me gusta mucho la clínica de adolescentes, y son análisis que prosiguen y que prosiguen por varios años, entonces, eso quiere decir que hay alguna escucha diferente de mi parte.

Creo que haber modificado la práctica en ese sentido, pensando de otra manera la transferencia, ha posibilitado que los adolescentes pidan por un tratamiento y que lo puedan ubicar como un lugar preciado, donde sostienen algo diferente a lo que se les puede dar en su mundo en relación a conflictos que tienen con sus familias.

-En relación a este período ubica que, en muchos casos, el pasaje al acto es un intento abrupto y necesario en la búsqueda de la constitución subjetiva. ¿Estos pasajes al acto tienen el mismo estatuto que los que se producen en la vida adulta?

-No. Me refiero al pasaje al acto vinculado a la lógica del fantasma en el sentido de este lugar de objeto que ocupamos por estructura en relación al deseo del Otro. Esta cuestión de qué lugar uno ocupó en relación al Otro, este lugar de objeto estructural, y cómo desprenderse de este lugar de objeto. A ese pasaje al acto me estoy refiriendo, no a la cuestión específicamente fenoménica.

-¿Cómo opera un analista en esas situaciones?

-Sucede que son momentos transferenciales particulares donde el sujeto viene muy en posición de objeto. Siempre que el sujeto viene en esa posición hay pocas palabras, entonces, el problema se traduce en manejos de transferencia. Lo que lo invade es cierta mudez pulsional. Esto puede producir, en ciertos momentos, algún intento de interrumpir la cura, y es patrimonio de la capacidad del analista en el manejo de transferencia instrumentar cómo poder sacarlo de esa posición. Hay casos en donde es necesario algún alojamiento del analista, algún llamado. No podría pensar en esto sin ubicarlo en alguno de los casos en particular.

Tanto pasaje al acto como acting out a partir de lo que Lacan nos enseña en la lógica del fantasma, son polos el acto analítico. Constantemente digo que no son malas palabras en el sentido de algo que está fuera de la transferencia, sino que al contrario, si uno lee cuidadosamente estos seminarios de Lacan, tanto el acto analítico como la lógica del fantasma los va a ubicar como polos del acto analítico. Un pequeño ejemplo.

Se trata de un caso en el que la joven estaba permanentemente preguntándose por el lugar que ella ocupaba en el Otro. Intentaba no venir a sesión, hacía miles de intentos para no venir hasta que se empezó a constituir un llamado que ella hacía una media hora antes –yo sabía que era ella y aun estando con otro paciente, la atendía– para preguntar: “¿Está ahí, doctora?”, a lo cual yo respondía: “Sí, te estoy esperando”. Entonces ella agregaba: “Ya voy”. Esta fue una de las condiciones necesarias para que ella pudiera tratarse, porque si no, no venía. No venía y hacía cualquier cosa, con riesgo de vida. No era sencillo.

-¿De qué manera se articula el goce a la sexualidad en la adolescencia?

-Es un tema complejo, porque yo pienso que los adolescentes o los jóvenes no necesariamente ofrecen su posición fantasmática. Por eso, a mí me gustó mucho la cita de Kuffer, que tomó, en realidad, de Lacan, adoleschia que es charla. O sea, la cura o la dirección de la cura, a veces, transitan por algún período que no es estrictamente analítico y cuando se empiezan a plantear cuestiones ya más específicas respecto de la sexualidad, entramos en otro momento. Se presentan cuestiones imaginarias, identificatorias que se juegan en relación a la sexualidad, pero no una pregunta muy decidida respecto del goce. Esto ocurre en otro momento, porque el análisis con jóvenes tiene distintos momentos, por eso, a veces, es un análisis que se prolonga, es un análisis que empieza con esta cuestión de adoleschia que es charla del Uno, del rasgo, a veces se interrumpe, otras prosigue, y después, empieza a desplegarse en otro tiempo el asunto de la elección de objeto.

-Recordaba a Peter Bloss marcando distintas “fases” en la adolescencia.

-No, esto es freudiano. Está en La joven homosexual. Como a veces, no es demanda propia, sino que es demanda de terceros, se va constituyendo de a poco. Freud da, inclusive, algunas etapas en La joven homosexual respecto de los tratamientos. Ahora no recuerdo exactamente cómo las enuncia.

- Al hablar de“Adolescencia: Una ocasión para el psicoanálisis” nos planteaba que, en relación a la adolescencia, aquello que se escribe corre el riesgo de caer rápidamente en desuso. Entonces, ¿se puede seguir pensando a los adolescentes desde los textos freudianos?

-Considero que sí. Lo que sigue vigente es la estructura de pensamiento. Es bastante interesante pensar que eran jóvenes en análisis. Creo que hay un artículo de Palant que escribe sobre esto, no recuerdo si toma los dos casos. Vale decir que son jóvenes en análisis en el sentido de que tanto Dora como la joven homosexual no eran sujetos adultos. Inclusive, yo tomo en el libro a muchos de los casos de Freud. Eran jóvenes. Realmente, eran muy jóvenes. Lo que sucede es que, evidentemente, la subjetividad de su época los hacía huir rápidamente y mucha de la sintomatología, si uno toma a Dora, por ejemplo es justamente reflejo de haber sido objeto –de esto se valieron los americanos para hacer una crítica fuerte a Freud–, de la estructura donde le tocaba estar inserta. Las cuestiones de su padre, la señora K, es decir, ver estos casos en esa crudeza. Por eso, aparece el asunto de los padres ahí presentes que, en general, no están tan vívidos en otros historiales freudianos. No es solamente porque a Dora se la pueda calificar como histérica. Lo que creo que es diferente –insisto– es la trama acerca de qué hablamos. Pienso que un joven puede constituir una transferencia en tanto se sienta escuchado y, para eso, hay que estar metido en la cultura adolescente. Este es un punto importante.

-En este sentido un tema de gran vigencia es el de los tatuajes.

-Por ejemplo.

-¿Cómo piensa usted el lugar de los tatuajes?

-Sobre esto, ha habido muchos trabajos. No investigué especialmente la problemática, pero hay algo, que por lo menos podría ubicar acá, que es el déficit en las marcas. Es decir, es como si hubiera que escribir en el cuerpo para o bien poder hacer masa, porque es muy importante hacer masa, no estar afuera, o bien para tener alguna inscripción, si se lo pudiera decir rápidamente. Pero, creo que merece ser estudiado, porque ahora no estamos con el tema de los tatuajes, estamos con el tema de los cortes. Por eso digo, ya hemos pasado a otra cuestión: qué pasa con los que se cortan.

-Los cortes en la piel, como el “juego del abecedario”, por ejemplo (mutilaciones autoinfringidas que como fenómeno imitativo grave, se visualizaron en diversas escuelas en Argentina).

-Sí. Como el juego del abecedario o como el corte como acting o pasaje al acto. Todavía, no tuve acá en el consultorio consultas, pero he escuchado casuística en relación a los cortes.

-¿Cuáles son las otras problemáticas que aparecen con mayor frecuencia?

-Lo que creo que ha cambiado, me parece levemente, es una cierta posición respecto de las adicciones y del alcoholismo. Aun cuando en los diarios aparecen todo el tiempo cuestiones en relación al incremento del alcoholismo, estadísticas al respecto, lo que escucho en mis pacientes es alguna interrogación sobre cómo salir. Cómo salir de la marihuana, del alcohol. No lo escucho de la misma manera que hace unos cinco o seis años donde la omnipotencia y el goce que acompañaba el consumo no tenían ningún tipo de cuestionamiento. Creo que hay una leve modificación en este punto. Si bien todavía no hay muchos jóvenes que se planteen la posibilidad de encontrar alguna forma de salida de la droga, hay pregunta, y hay cierta conciencia de que tiene que haber algún límite. Y esto es levemente diferente.

-¿Tiene alguna hipótesis, alguna lectura al respecto?

-Creo que las consecuencias de lo que ha ido pasando, haber visto pibes que han muerto no ha sido sin marca. Justamente, pienso que hay un cierto temor de que algo no tenga límite. Esto empiezo a escuchar en chicos que parecía que no se lo iban a cuestionar nunca.

¿Lo que empieza a escuchar se produce en quienes están en tratamiento o también aparece en las consultas que llegan?

-En los que están en tratamiento y, también, en los que llegan a la consulta diciendo: “yo estoy tratando de no meterme”. Algunos mirando un poquito de afuera y teniendo dificultades sociales en relación a esto, porque los que no consumen se quedan aislados. Y he tenido casos donde para evitar entrar en las cuestiones de droga o de consumo de alcohol, han elegido otros caminos. Hasta caminos religiosos, que es, también, algo nuevo de nuestro tiempo. Una forma de preservarse. Complicada, asimismo. Un discurso amo ahí. Otra manera de hacer masa. Yo creo que sobre esto sería interesante volver a escribir.

En nombre de elSigma y de los lectores, le agradezco este amplio itinerario a través de un territorio en permanente construcción que constituye el análisis con niños y adolescentes, tan bien ilustrado por su propia experiencia y escritura en la materia, y por los avatares de su praxis clínica.

Alicia Hartmann es psicoanalista, autora de: En busca del niño en la estructura (1993, tesis de doctorado); Amor, sexo y fórmulas... (1995), con M. Fischman; Adolescencia, una ocasión para el psicoanálisis (2000), con J. Kuffer y C. Quaglia; Aún los niños (2003), en colaboración. Docente del postgrado de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.

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